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“Mi ciudad se encuentra en estado de pánico pues hay balaceras fuertes en varios puntos de la ciudad, la gente ve cuerpos en las calles, se autoimpone toque de queda. Los narcos han silenciado nuestro periódico. No podemos publicar nada porque nos amenazan: nos han matado y secuestrado algunos colegas. La gente teme y está frustrada, pues con toda razón quieren que su periódico les diga lo que está pasado, pero lamentablemente no podemos hacerlo…”

“El diario en el que trabajo sufrió un ataque. Muchos han renunciado. El dueño del periódico no quiere apoyarnos. Los periodistas agredidos necesitan acompañamiento psicológico…”

“Dos compañeros y yo fuimos secuestrados cuando cubríamos la noticia de los reos que salían por las noches de la cárcel. Nuestros captores nos golpearon en la cabeza, piernas y rodillas para que no escapáramos, nos torturaron psicológicamente y después nos liberaron. Decidí huir con mi familia y pedir refugio en este país (…) Dejamos todo, llegamos prácticamente sin nada, sin ropa, sin dinero. La situación acá es muy difícil…”

Este sexenio los periodistas nos hemos familiarizado con este tipo de testimonios que llegan a las redes de periodistas, a las organizaciones de libertad de expresión o a las redacciones, como señales de SOS emitidos por colegas que trabajan en el frente de guerra. Sonará exagerado pero no lo es. La mayoría de los periodistas mexicanos nos hemos convertido en corresponsales de guerra en nuestra propia tierra desde que el presidente Felipe Calderón arrojó su lanza de guerra contra el narcotráfico y las batallas se libran en la calle.

Así como la violencia sorprendió a todos los mexicanos, a los periodistas nos encontró impreparados. La emergencia nos obligó a improvisar la cobertura de la mejor manera que pudimos. Del “ejecutómetro” –como llamamos fríamente al conteo diario de muertos–, pasamos a las crónicas del horror de las masacres, los testimonios de las víctimas cada vez más masivas, la cobertura del podrido sistema de justicia y más, hasta no poder clasificar lo que hacemos porque supera los límites del horror y del absurdo.

Al ritmo en que la violencia se fue extendiendo, también las “zonas de silencio”. A punta de amenazas, asesinatos o atentados, regiones enteras del país -algunas que resistían heroicas a los dictados del crimen organizado- se fueron quedando sin información. Los ciudadanos, a veces, se vieron obligados a convertirse en reporteros y tomaron las redes sociales para dar a conocer lo que los medios tradicionales ya no cuentan.

Un síntoma generalizado en el gremio es el miedo y tiene sus bases.

Según Artículo 19, en México del 2000 a la fecha 66 periodistas han sido asesinados (a esta cifra se le suman dos más de la semana pasada), 13 han desaparecido y 33 medios de comunicación han sido blanco de atentados con explosivos y armas de fuego. La mayoría de las empresas han dejado a su suerte a los amenazados, y en el olvido a sus periodistas muertos o desaparecidos. El signo del gobierno es la impunidad, que se convierte en gasolina para que estas desgracias se repitan. Para que el silencio se expanda. Ninguna numeralia refleja el horror, el sentir de los periodistas censurados, amenazados, que viven con pesadillas, que tienen preparado su testamento o han sido desplazados de su tierra.

Pese al miedo, a la indiferencia generalizada de los propietarios de los medios de comunicación y a la aquiescencia del gobierno, los reporteros mexicanos no hemos permanecido inmóviles. En varios lugares comenzamos a organizarnos, a aprender por nuestra cuenta lo que no se enseña en la universidad ni aprendimos con el oficio. Los retos son enormes: aprender a realizar protocolos de seguridad para entrar y salir de zonas de riesgo, conocer técnicas de autocuidado psicoemocional, elaborar nuevas reglas para la edición de notas que no causen sospechas a ningún bando en disputa, conocer herramientas para entrevistar a las víctimas sin revictimizarlas, aprender métodos de encriptar información y el uso de tecnologías seguras.

Sabemos también que necesitamos trabajar en equipo, en redes, si queremos evitar que otros periodistas sean amordazados.

Los casos donde se ha logrado la organización son aún incipientes pero resultan esperanzadores. En Morelos, por ejemplo, un grupo de reporteros de asuntos policiacos se organizaron para monitorearse, acudir a reportear en grupo a las escenas del crimen y asegurarse de que ninguno exponga su vida por quedarse rezagado. O en Coahuila, en la mesa de edición de un par de diarios establecieron reglas para revisar con lupa la información y no arriesgar al equipo en vano por un mal encabezado o un dato incorrecto.

O en un diario de Sinaloa, donde a los periodistas que han sido amenazados se les envía a coberturas nacionales importantes para sacarlo un tiempo del estado, hasta que se “enfríe la plaza” y que puedan regresar con la frente en alto y una nota de ocho columnas en la portada. O una red de editores interestatales que acuerdan publicar una misma nota al mismo tiempo para dar cobertura al medio que ha sufrido una amenaza por esa misma información.

También han surgido redes de periodistas que eran competencia pero al calor de la emergencia intentan capacitarse para aprender todos a cuidarse.

De ese tamaño ha sido el cambio de la profesión este sexenio, el sexenio en el que nos volvimos corresponsales de nuestra guerra doméstica.

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Marcela Turati es periodista para la revista Proceso, donde ha dado cobertura a los efectos sociales de la violencia relacionada con el narcotráfico en México, incluyendo su impacto en temas de derechos humanos, víctimas, además de la supervisión de programas sociales y de pobreza. Turati es cofundadora de la red social para periodistas “Periodistas de a Pie” y desde el 2006 ha defendido y promovido los derechos humanos en el periodismo, con fin de entrenar y establecer redes entre periodistas. Es ganadora de varios premios periodísticos y ha colaborado con varias revistas en Perú, Chile, Colombia, Argentina, Uruguay, Ecuador y los Estados Unidos de América.

Turati también será parte de los panelistas destacados durante el próximo Congreso Mundial Anual del IPI, en Trinidad y Tobago, donde participará en la discusión “México, Cuba y Venezuela: Los Tres Grandes y su Impacto en la Libertad de Prensa en Latinoamérica”. Más información en

http://www.ipiworldcongress.com/2012/programme.html